Adv 4 A José 2013
Un ángel del Señor que le dijo entonces en sueños:
-«José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»
(Del capítulo 1 del evangelio de san Mateo)
Se acerca la Navidad –ya casi está aquí- y el evangelio nos acaba de presentar al otro personaje protagonista: José de Nazaret; "José, hijo de David", como le llama el ángel que le habla en sueños. Hace dos semanas san Lucas nos contaba la anunciación a María de Nazaret, a través de un ángel, de su propio misterio. Hoy, a José le revelan también el suyo. En un sueño. En la Biblia, el sueño es lugar de encuentro con Dios, es imagen de la oración. Efectivamente, Dios se nos revela en el recogimiento interior. También a nosotros se nos manifestaría nuestro "misterio", el misterio de nuestra vida, que es nuestra vocación. "Entra en tu aposento y habla allí tu Padre, que ve en lo escondido", dice Jesús hablando de la oración. Si nos resulta difícil escuchar a Dios no es porque él no hable, sino porque nos aturde el ruido espiritual; o porque nos hallamos ausentes de nosotros mismos, como dice san Agustín en las Confesiones: "tú estabas, Señor, dentro de mi, y yo fuera: me retenían lejos de ti las cosas que sin ti ni siquiera serían"...
La libertad de José
Dios se manifiesta a José. Es lógico: aunque sean seguramente muy jóvenes, son marido y mujer, se han desposado, aunque aún no conviven y son castos. Pero tienen una misión, han sido elegidos para una misión divina, y esa misión se convierte también en "llamada", una comunicación personal, ya que la tarea precisa de su implicación consciente y comprometida. Dios necesita el empleo de nuestra libertad. Dios es omnipotente en el sentido de que es capaz de hacer todo, ¡puede crear!, pero no puede privarnos de la libertad. Dios necesita de nosotros. Dios necesita de ti.
También observamos otra cosa interesante: la misión y la vocación de estas dos criaturas -según vemos- está en relación con su vida, con su propio matrimonio y con el don de la paternidad que de él deriva, ese gran don divino a la criatura. Dios nos necesita para tener más hijos humanos, incluso cuando se trata de su propio Hijo, que quiere por amor hacerse humano, uno de nosotros. (¡Cómo me gustaría poder felicitar al gobierno de la nación por el anteproyecto de ley que ha aprobado ayer, corrigiendo una ley que desprotegía por completo la vida en el seno materno, y también a sus madres!).
Dios se fía
"José, hijo de David". Sí. Pertenecía José a esa vieja dinastía real, ya disuelta y que era poco más que un recuerdo. "Recibe a tu desposada", le dice. "Ponle tú el nombre a la criatura que lleva en su seno", ya que serás verdaderamente su padre, aunque no lo hayas engendrado. Le otorga así una paternidad especial, casta como la de María. Dios quiere subrayar con ese milagro físico el origen divino de esa gestación, quiere ofrecer al creyente una señal portentosa de la filiación divina de Jesús. Y confía en José. Confía en que respetará a María. Confía en que dará su vida por Jesús. Confía en que le protegerá, le educará, le enseñará a hablar, a jugar, a leer, a rezar, a amar a su país, a ser fuerte, a tratar a los demás... Dios se fía de él, confía en su libertad, que es falible como la nuestra. Pero José es hombre casto, trabajador responsable, maduro en la toma de decisiones, prudente, nada egocéntrico, piadoso israelita… Y Dios confía en él. Es asombroso. ¡Qué grande es José!
Y si lo pensáis un poco, eso ocurre también con nosotros, aunque sea nuestra responsabilidad menos trascendente. Dios confía, se fía de una libertad falible, la nuestra: pone en nuestras manos la historia de su salvación, el futuro de la fe, la difusión del evangelio, el Cuerpo de Jesús y su Corazón, la presencia de María en la tierra… Eso es la Iglesia, eso sois vosotros.
Paternidad
Dios, que es fuente de toda paternidad, necesita de un padre, para hacerse hombre, porque todos necesitamos de un padre. También nos enseña que lo importante de la paternidad no es el hecho biológico, sin más. Que hay algo en la paternidad más importante, sin lo que incluso no se podría llamar paternidad a la paternidad meramente biológica. Y también nos enseña que todo hijo nuestro es, antes y con más razón, hijo suyo. Qué bien nos viene pensar en esto a todos los que hemos recibido el don de la paternidad y de la esponsalidad. Más que pensar, contemplar la vida y la actitud de este hombre ante su esposa y su hijo: cómo los respeta, cómo es hombre de oración, cómo se adapta a las circunstancias en las que Dios le quiere, cómo pone la cabeza para cumplir su misión… Los varones tendemos a creer que todo el mérito nuestro consiste en ser muy masculinos y mandar, y nos olvidamos de que hay otros aspectos de nuestra vocación que tienen que ver con el servicio, la ternura, la dedicación, la delicadeza, el respeto. Qué pena cuando le llega una madre y le preguntas por su marido y dice: bueno, él tiene sus cosas, se dedica a ver la tele, a su deporte. Es bueno, pero el mando es siempre suyo; yo le pongo de comer, y él se queda dormido…
¡José de Nazaret! No desertemos de nuestra vocación más específica. Qué necesidad de padres comoél tiene el mundo... Vocación de cristiano. Vocación específicamente de padre. José es un maravilloso ejemplo para cualquiera de nosotros. Tratadle, y a ver si conseguimos que se nos pegue algo.
Un ángel del Señor que le dijo entonces en sueños:
-«José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»
(Del capítulo 1 del evangelio de san Mateo)
Se acerca la Navidad –ya casi está aquí- y el evangelio nos acaba de presentar al otro personaje protagonista: José de Nazaret; "José, hijo de David", como le llama el ángel que le habla en sueños. Hace dos semanas san Lucas nos contaba la anunciación a María de Nazaret, a través de un ángel, de su propio misterio. Hoy, a José le revelan también el suyo. En un sueño. En la Biblia, el sueño es lugar de encuentro con Dios, es imagen de la oración. Efectivamente, Dios se nos revela en el recogimiento interior. También a nosotros se nos manifestaría nuestro "misterio", el misterio de nuestra vida, que es nuestra vocación. "Entra en tu aposento y habla allí tu Padre, que ve en lo escondido", dice Jesús hablando de la oración. Si nos resulta difícil escuchar a Dios no es porque él no hable, sino porque nos aturde el ruido espiritual; o porque nos hallamos ausentes de nosotros mismos, como dice san Agustín en las Confesiones: "tú estabas, Señor, dentro de mi, y yo fuera: me retenían lejos de ti las cosas que sin ti ni siquiera serían"...
La libertad de José
Dios se manifiesta a José. Es lógico: aunque sean seguramente muy jóvenes, son marido y mujer, se han desposado, aunque aún no conviven y son castos. Pero tienen una misión, han sido elegidos para una misión divina, y esa misión se convierte también en "llamada", una comunicación personal, ya que la tarea precisa de su implicación consciente y comprometida. Dios necesita el empleo de nuestra libertad. Dios es omnipotente en el sentido de que es capaz de hacer todo, ¡puede crear!, pero no puede privarnos de la libertad. Dios necesita de nosotros. Dios necesita de ti.
También observamos otra cosa interesante: la misión y la vocación de estas dos criaturas -según vemos- está en relación con su vida, con su propio matrimonio y con el don de la paternidad que de él deriva, ese gran don divino a la criatura. Dios nos necesita para tener más hijos humanos, incluso cuando se trata de su propio Hijo, que quiere por amor hacerse humano, uno de nosotros. (¡Cómo me gustaría poder felicitar al gobierno de la nación por el anteproyecto de ley que ha aprobado ayer, corrigiendo una ley que desprotegía por completo la vida en el seno materno, y también a sus madres!).
Dios se fía
"José, hijo de David". Sí. Pertenecía José a esa vieja dinastía real, ya disuelta y que era poco más que un recuerdo. "Recibe a tu desposada", le dice. "Ponle tú el nombre a la criatura que lleva en su seno", ya que serás verdaderamente su padre, aunque no lo hayas engendrado. Le otorga así una paternidad especial, casta como la de María. Dios quiere subrayar con ese milagro físico el origen divino de esa gestación, quiere ofrecer al creyente una señal portentosa de la filiación divina de Jesús. Y confía en José. Confía en que respetará a María. Confía en que dará su vida por Jesús. Confía en que le protegerá, le educará, le enseñará a hablar, a jugar, a leer, a rezar, a amar a su país, a ser fuerte, a tratar a los demás... Dios se fía de él, confía en su libertad, que es falible como la nuestra. Pero José es hombre casto, trabajador responsable, maduro en la toma de decisiones, prudente, nada egocéntrico, piadoso israelita… Y Dios confía en él. Es asombroso. ¡Qué grande es José!
Y si lo pensáis un poco, eso ocurre también con nosotros, aunque sea nuestra responsabilidad menos trascendente. Dios confía, se fía de una libertad falible, la nuestra: pone en nuestras manos la historia de su salvación, el futuro de la fe, la difusión del evangelio, el Cuerpo de Jesús y su Corazón, la presencia de María en la tierra… Eso es la Iglesia, eso sois vosotros.
Paternidad
Dios, que es fuente de toda paternidad, necesita de un padre, para hacerse hombre, porque todos necesitamos de un padre. También nos enseña que lo importante de la paternidad no es el hecho biológico, sin más. Que hay algo en la paternidad más importante, sin lo que incluso no se podría llamar paternidad a la paternidad meramente biológica. Y también nos enseña que todo hijo nuestro es, antes y con más razón, hijo suyo. Qué bien nos viene pensar en esto a todos los que hemos recibido el don de la paternidad y de la esponsalidad. Más que pensar, contemplar la vida y la actitud de este hombre ante su esposa y su hijo: cómo los respeta, cómo es hombre de oración, cómo se adapta a las circunstancias en las que Dios le quiere, cómo pone la cabeza para cumplir su misión… Los varones tendemos a creer que todo el mérito nuestro consiste en ser muy masculinos y mandar, y nos olvidamos de que hay otros aspectos de nuestra vocación que tienen que ver con el servicio, la ternura, la dedicación, la delicadeza, el respeto. Qué pena cuando le llega una madre y le preguntas por su marido y dice: bueno, él tiene sus cosas, se dedica a ver la tele, a su deporte. Es bueno, pero el mando es siempre suyo; yo le pongo de comer, y él se queda dormido…
¡José de Nazaret! No desertemos de nuestra vocación más específica. Qué necesidad de padres comoél tiene el mundo... Vocación de cristiano. Vocación específicamente de padre. José es un maravilloso ejemplo para cualquiera de nosotros. Tratadle, y a ver si conseguimos que se nos pegue algo.
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