viernes, 13 de diciembre de 2013

Más que tú sólo Dios

Adv A Inmaculada 2013


   Queridos amigos, hoy contempla la Iglesia el misterio de la concepción inmaculada de María de Nazaret (¡no de la concepción virginal de Jesús, aunque el evangelio que acabamos de leer se refiera a ese evento), sino de la concepción inmaculada de su madre, María. In-maculada, no-manchada por la mancha o marca del pecado original con que todos nacemos; una misteriosa huella que el mal ha dejado en en lo más íntimo a todos los humanos, una especie de marca o tara espiritual, que nosotros mismos ahondamos con nuestros  pecados. Dios la borra amorosamente de nuestro rostro espiritual cuando le miramos en el acto de fe -doloridos y admirados de su amor- que nos convierte, como el bautismo lo significa y realiza en la Iglesia. Aunque no nos conviene olvidar que esa herida espiritual permanece en nosotros en forma de una cierta inclinación al mal, a la traición; una especie de debilidad interna de la que sólo la fuerza que tiene su gracia puede librarnos.


Inmaculada no es sólo "sin pecado"
    María, en cambio, no. Nunca fue así. Es la única criatura que no ha sufrido en su ser las consecuencias del pecado original. Es maravillosamente pura, maravillosamente humana, maravillosamente hija: el ideal de Dios al pensar al hombre y la mujer. María es, pues, distinta de nosotros, es especial. Es extraordinaria en el sentido literal de la expresión. Pienso que en los últimos decenios hemos predicado y representado mucho a María subrayando lo que la asemeja a nosotros: que es una de nosotros, de nuestro linaje; que es una muchacha de una aldea, una mujer sencilla... Está bien esta insistencia; sería un error garrafal divinizarla. Pero tampoco hay que olvidar que ella es especial, no es exactamente como nosotros: es inmaculada, la Inmaculada. Y eso no es un simple título honorífico, ni la simple ausencia de algo que en cambio tenemos los demás -el pecado original-; algo que se puede tener o no, sin que afecte significativamente a la persona. Esto no es así. In-maculada indica lingüísticamente negación o ausencia, pero de hecho es al revés: no es a la Virgen le falta 'algo' que nosotros tenemos, sino más bien que a nosotros nos falta algo que ella tiene: la gracia primera, la santidad, es decir el modo humano de ser como Dios pensó y lo quiso. Somos, pues, nosotros los poco humanos, no ella. Ella es especial porque es "más" humana que nosotros. Estamos tan acostumbrados al mal que nos parece normal lo tarado, y casi no podemos imaginar la potencia, la hermosura, la gracia, la sabiduría, la paz interior de un corazón humano como Dios lo crea. Por eso en este evangelio maravilloso de la Anunciación, el emisario divino saluda a María con su verdadero nombre, el título que la distingue: ¡Salve, la llena de Gracia!

 Previsión divina y libertad del hombre: vocación y elección
   Es claro que Dios la hizo así en previsión de la maternidad para la que sería escogida. Dios necesitaba un instrumento muy afinado, muy fiel, para su obra decisiva. Fue su futura maternidad de María lo que provocó esa acción divina de prevención, de protección. El obrar preventivo divino es un poco misterioso para nosotros, pero es así: Dios piensa en nosotros "antes"; de algún modo, nos ve. Y nos llama, y también nos otorga previamente algunos dones: el don que supone obrar en nosotros e incluso en nuestro entorno. Es un misterio apabullante para nuestra mente que Dios "vea" -como en su núcleo- nuestra libertad (por otro lado auténtica, verdadera), y que elija y done conforme a ella. Misterio impenetrable para nosotros, pero real: real es la libertad nuestra, y es real el obrar de Dios. Y el lugar donde se encuentran es... el mismo acto creador. Así que la gracia es vocación (gratuita), pero también elección.

¿Por qué elige Dios? La grandeza de un hombre
   La elección divina es gratuita, pero no arbitraria. Dios elige con razón. Desde luego, su elección no se debe a nuestro genio, a nuestro estilo, a nuestro mérito previo… No, porque eso, que a nosotros nos puede impresionar, no es la grandeza para él, o cara a él, ya es don previo suyo. Y eso en el mejor de los casos.  Lo que impresiona a Dios de María es su disponibilidad y su humildad: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra". Es es su limpio, alegre, servicial, fiel convencimiento de que la maravilla del hombre es poder obedecer a Dios.  Eso es la grandeza ante Dios, con independencia de valore y aprecie nuestro glamour, nuestro patrimonio, nuestros títulos, la casa tan ideal que tenemos, nuestro poder e influencia, o el nivel de contactos linkedin o amigos en tuenti. Lo que impresiona a Dios en María (y en cualquiera de nosotros), no son nuestros masters, los idiomas que hablamos, las habilidades informáticas, nuestro éxito con el sexo opuesto... Alguna vez incluso verá esas "glorias" como ridículas, o abominará de ellas por el modo en que lo usamos. La grandeza es la sencillez, la plena sumisión del corazón ante la bondad de Dios, el deseo de servirle. María es grande, es poderosa, lista, feliz, super madre, super esposa, super virgen. Y quiso Dios que fuera tan sencilla para que comprendiéramos que todos -en cualquier circunstancia vital personal- podemos responder como ella. Así es la nueva Eva, la nueva madre de la vivientes. 
   En la ciudad de Vilnius, en Lituania, sobre una de las antiguas puertas de la muralla, hay el cavalcavía que cruza la calle, hay un pequeño santuario dedicado a la santísima Virgen, con la advocación de Nuestra Señora de la Puerta de la Aurora, pues es la puerta que da al Este. La concepción inmaculada de María fue realmente la aurora de la nueva era, de la nueva creación. Ella fue realmente la primera del reino, y hubo un momento en que la Iglesia era sólo ella. Por eso es nuestro modelo, y también madre nuestra.
   

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