(Festividad de todos los santos 2013)
Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos.
Y gritan con fuerte voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero.»
Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios diciendo: «Amén, alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos, amén.»
(Del capítulo 7 del libro del Apocalipsis)
El Panteón
Si habéis visitado Roma, habréis visto ese magnífico edificio redondo que aparece cuando menos te lo esperas entre las callejuelas de la Roma barroca, llamado Panteón, una palabra griega que significa "todos los dioses". Es un enorme templo de la época imperial, reconstruido con su imponente cúpula en tiempos de Adriano. A comienzos del siglo VII, el emperador entonces reinante regaló al Papa este templo, vacío ya del culto para el que había sido pensado, y el Papa pensó en convertirlo en templo cristiano dedicándolo, en vez a todos los dioses, a todos los mártires, que habían derramado su sangre en aquella ciudad por el nombre de Cristo. Dicen que llevó allí, a ese templo vacío de dioses falsos, muchas de las reliquias de mártires que se conservaban dispersas por diversos lugares de la ciudad. La fiesta que hoy celebramos creo que tiene que ver con aquel acontecimiento.
¿Santos?
Nosotros los cristianos (a diferencia de lo que pensaban los miembros de la gens Julia, para la que se construyó -en realidad- aquel templo, una vez divinizados) no somos dioses, sangramos y morimos como cualquier mortal. Ni siquiera
podemos llegar a ser santos en la tierra, siempre nos abrumarán nuestras faltas y pecados y defectos: "sólo tú eres santo", le cantamos a Jesús en el Gloria de la Misa. Pero Jesús nos ama y le amamos, y al 'seguirle' nos vamos 'contagiando' de su modo de amar, nos vamos pareciendo a él: él nos pone en 'camino de santidad' casi por contagio. No somos santos, pero estamos llamados a la santidad; su amor y su forma de amar nos santifica. Como hemos leído en la carta de san Juan: "Queridísimos: nosotros somos ya hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que seremos, aunque sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es. Todo el que tiene esta esperanza en él se va purificando a sí mismo, como él es santo".
Sufragios
Así que nosotros nos hacemos santos por contagio, por purificación. Hoy y mañana nos acordamos también hoy de los que se
purifican, de las almas del Purgatorio. La Iglesia nos permite ganar por ellos una indulgencia plenaria
diaria durante 7 días, como un regalo que les ofrecemos, una ayuda por lo que no hicieron o no
supieron hacer. Son los sufragios, votos, deseos… Al amarnos, Cristo nos ha hecho como una familia,
una unidad, la "comunión de los santos", la "comunidad" de los santos: y esa unión vital entre nosotros permite que nuestros regalos les
lleguen a ellos. Es como si le dijéramos a Jesús: "por favor, aplícaselo a esta persona, si no te importa: acuérdate de mi abuelo,
de mi amigo. Es verdad que tuvo este fallo, aquel defecto..., pero le queremos, es nuestro, y tuyo…"
Purificación. Purgatorio
Todos necesitamos purificación del corazón, de los afectos, de los odios, de las envidias, de las faltas, del mal que hemos causado... necesitamos todos, porque el alma no
entra directamente en la felicidad del cielo, normalmente, aunque en algunos casos sí, claro: acordaos de las palabras de Jesús al Buen Ladrón: : ‘en verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso…'. ¡Aquello fue la primera canonización en la historia! Pero normalmente tiene el Sr que purificar
todo eso que no hemos sabido hacer. No es por él, sino por nosotros mismos. Una
persona que no ama a alguien, tampoco es capaz de desearla. Y eso es lo que le pasa al corazón manchado. Y la purificación duele.
Quizá el mismo dolor purifique... como al joven hijo cuidando cerdos de la parábola, el orgulloso fariseo que se creía perfecto, el juez sinvergüenza que no tenía a Dios ni le importaban los demás, el discípulo cobarde que le abandonó, aquella mujer que había engañado a su marido y había roto la vida a aquella familia... Y el Sr nos coge, como un juguete roto, y
nos repara. Pero lo que hay que reparar no es el exterior, ¡eso no es problema, para él!, sino tu corazón. y ¿cómo se cura el corazón? Por eso también se puede servir de los sufrimentos ya en la tierra: del desconcierto de un dolor repentino, de la
necesidad de vencer el egoísmo para trabajar junto a aquella persona, de la 'imposición' que me hace la vida al tener compartirla con este o aquel… Esa debilidad -nuestra o de los demás, física o moral- no obliga a sacar lo mejor de nuestro corazón: la compasión, la paciencia, el realismo, la generosidad; casi nos obliga a ser buenos. Señor: haré con esta persona como tú haces
conmigo. Y nos va limpiando ya aquí. Es el 'purgatorio en la tierra', como dicen. Aunque no es suficiente sufrir. En realidad se puede sufrir de muchos modos, y no todos santifican, desde luego… Pero, si somos capaces de reaccionar como el bandido que acompañaba a Jesús en su cruz, y hacer del sufrimiento un motivo de
reflexión y de conversión, quién sabe hasta dónde puede llegar la hondura del conocimiento de Dios y de uno mismo en esas circunstancias. No es para desearlo a nadie, pero es cierto que hay personas para quienes el encuentro con el dolor ha sido también el encuentro con el amor verdadero.